Diferente a toda estrategia de dinamismo, en la historia de El Elegido se
narra la vida psíquica de cada personaje. Con un clip musical, una
cámara a contra luz y/o algún cambio de vestuario, la novela se
inmiscuye en la mente de Andrés Bilbao (Echarri), de Verónica San Martín
(Bredice) o de Mariana Estévez (Krum), con rutina, y recrean su estado
interior.
Esto se contrapone con otras ficciones que priorizan las peripecias, la acción como motor de la narración. En El Elegido, la historia avanza con pasajes pausados de reflexión.
Cuando algún personaje está a punto de tomar una decisión o se
enfrenta con una situación compleja, la escena se tiñe de esteticismo:
un ángulo distinto de la cámara, un color o una música especialmente
selecciona “pintan” la emoción que el personaje está transitando.
A veces, lejos de las referencias de la realidad, se incrusta la
fantasía completa de, por ejemplo Greta Saenz Valiente (Antonópulos), la
mujer gay de la novela. Ambiciosa a ultranza, su mundo onírico se
mostró varias veces con ella vestida de “reina de corazones”, cargada de
violencia.
También Oscar Nevares Sosa (Cruz) “juega” a ser Dios y muestra su
lado más perverso frente a esa suerte de tablero de ajedrez de
personitas. Su maldad se pone a tono con las imágenes de su propia
imaginación. Al igual que Verónica San Martín (Bredice) cuando habla con
sus muñecas. Ella se enfrenta a sí misma, a su locura y a su soledad.
Aunque haya veces que pueda resultar tedioso este recurso televisivo, en El Elegido,
la intimidad tiene un significado, cobra un sentido para contar algo
más que la acción en sí misma y confronta con las leyes generales que la
tele impone para no dejar caer el rating.
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