Conductor oficial, Marley es la cabeza de equipo del
programa musical más esperado. Aquí, una entrevista exclusiva donde
cuenta miedos y obsesiones. Radiografía del primer fanático argentino de
La Voz.
Tiene una de esas caras conocidas que
estamos acostumbrados a ver mientras cenamos. Como un primo buena onda,
como un hermano gracioso, como un amigo. Eso. Como un amigo. Porque sin
dudas, Marley es ese compinche que cualquiera quiere tener. Okey. Pinta
ansioso. Ansioso pero amable. Mezcla rara entre obsesivo y fanático,
parece que también lo es: vio todas las versiones de todos los países de
La Voz Argentina y, claro, tiene ganas de empezar cuanto antes con el
ciclo. Se apura. Nos apura. Corre las palabras. Y dice: “Es que quiero
conocer ya a los participantes”.
Si hay alguien que la tiene clara es él. Sabe al dedillo cómo es
conducir este tipo de formatos. No sólo es el tipo más simpático de
nuestra televisión, también es el más todoterreno. Alguien con horas de
vuelo en programas musicales y de cualquier especie. ¿Qué es La Voz en
su carrera? “Yo creo que es como un crecimiento para mí. Es un paso más
arriba de Operación Triunfo. Porque La Voz es más novedoso. Es genial
que no se esté evaluando por lo que se ve”, cuenta Marley y agrega al
instante: “El jurado no sabe si los participantes son pobres o de dónde
vienen. Tampoco conocen nada de sus historias personales, esa es una
gran diferencia”.
Marley es, además de otro conjunto de cosas interesantes, un
apasionado. Se ve de lejos. Un entusiasta crónico. Se nota en cómo
habla, en cómo se para, en cómo mueve las manos.
Hiperkinético, es poco.
Todo en él es esperanza compulsiva. “Cuando vi el formato americano me
enamoré” admite y se sigue entusiasmado solo. “No puede ser que
finalmente haya llegado la voz. Es algo nuevo para todos. Estamos muy
contentos, twitteando. Vamos a ver como sale. Cualquier cosa me decís”,
nos pide. Claro, así, sin rollos, como si fuera familia, como quien le
habla a un amigo…