La medida dictada por la nueva ley electoral indica que todos los partidos políticos tendrán espacios gratuitos en television para la campaña. O sea que, en vez de tener que pagarlos, ahora son gratis y en consecuencia accesible para todos.
Pero así como existe la contaminación visual en la vía pública, la hay también en la tele. Hoy la pantalla se ve colapsada de spots políticos que pueden despertar al elector reacio a escuchar propuestas, pero también hartarlo cuando, como pasa ahora, se programa de manera reiterativa.
La ley de democratización de la representación política obliga a los medios a ceder el diez por ciento del tiempo total de su programación para la promoción electoral, pero las marcas anunciantes prefieren no mezclarse y eso provoca que haya tandas que tengan una seguidilla de avisos interminables.
E inclusive, en cada uno de ellos se puede ver más de una vez un mismo spot, esto significa que, en el curso de unos pocos minutos, el ojo del televidente se puede ver colapsado por las mismas imágenes, los mismos discursos, las mismas canciones y demás.
El desfile culminará el 12 de agosto y, mientras tanto, caminarán la pasarela televisiva las decenas de propagandas políticas, de las más austeras a las más extravagantes, intentando conquistar el favor y el voto del público y, seguramente también, provocando el hastío que sólo puede generar la repetición elevada a su máxima potencia.
Para la democracia, este bloque gratuito destinado a la difusión de las distintas plataformas políticas que se presentarán en las próximas elecciones primarias, representa una gran conquista, pero para la tolerancia del espectador puede llegar a ser un arma de doble filo.
Mientras tanto, los políticos tienen la posibilidad de repetir sus consignas una y otra vez y muy lejos están de desechar esta oportunidad de repetir hasta sangrar.
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